martes, 9 de marzo de 2010

De mañana en el sur

Abrió los ojos sabiendo que era jueves. Se levantó sin fatiga. Espió por la ventana, hacía frío. La hamaca abandonada chirriaba mecánicamente. Se demoró en el desayuno oteando todavía en la noche de marcapasos y espera. Alguien la saludaba desde el fondo de la memoria; no acertaba a decir su nombre ni a ver su cara, pero sabía que quería ese saludo.
Se levantó enérgica y se vistió con esmero. El frío prolongaba el ritual frente al espejo. Volvió a ver que colgaban muchos años de su cara. Se puso la campera, se calzó el gorro, los guantes, la mochila y salió. Sintió que el aire frío le cortajeaba las orejas. Atravesó el centro todavía desierto a esa hora.

Cualquier duración tiene sus consecuencias. Frotar la palma de la mano contra la pared de la ignominia durante uno, dos, cinco siglos puede hacer una diferencia, pero no hiere. En cambio, ultrajar a la propia lengua, irrita.

Las luces amarillas la guiaban. No estaba nerviosa, aunque de atrás, su paso apurado hacía pensar en una urgencia. El gorro naranja ponía punto final a tanto desgarbe.

Vio que de la chimenea salía humo. Ya habían llegado los primeros.

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