sábado, 10 de julio de 2010

Aquí.

Aquí es el lugar en el que soy feliz.

El lugar en el que soy feliz se mueve conmigo. Es móvil. Se transforma.

Es luminoso, colorido, cursi.

Tiene aristas, ventanas, puertas, caminos.

El lugar en el que soy feliz me ha tomado por sorpresa, llegó a mí de la mano de la palabra, sentada en una silla que no es mía, pero cuánto sin embargo. Me ha esperado mucho tiempo, muchas risas, muchos remanidos recodos del camino, que no llamaré equivocados por no ser injusta, pero sí dirá desde este lugar que fueron más bien por gusto.

El lugar en el que soy feliz suda, grita, salta, se exalta. Lee. Lee ávidamente y extraña ávidamente leer y tropezarse con algunas palabras, algunas ideas que me arrebatan los ojos y me hacen sangrar, llorar.

He llegado llorando, después de no haberme permitido llorar durante años. He perdido varios dientes en la batalla. He ganado unos cuantos amigos de los de buena madera, para siempre, para seguir siendo el lugar en el que soy feliz.

El lugar en el que soy feliz está también habitado por un compañero inapalabrable de tan real. Un madre y un padre que no sabían me dejaron al inicio del camino. De a ratos volvían con algún indicio, algún gesto que me ayudan a andar todavía hoy.

Hay ojos entrañables en este lugar en el que soy feliz, y olores que trazan un mapa entre Misiones y Chincha, de la selva al mar, de Paraguay a Perú.

En este lugar en el que soy feliz no entra la biblioteca que fui construyendo durante años. Qué querrá decirme mi biblioteca despanzurrada lejos de mí, abierta para quienes quieran tomarla, inaccesible ya a mis manos.

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