sábado, 18 de septiembre de 2010

Sur-real.

Fóbicos flecos de aserrín te adornan el sendero. Un farol de violetas te martilla el alma, y los pies. Las uñas negras, podridas, torcidas blasfeman putrefacción. La estación cerrada deja pasar el agua clara de la fuente que ha de pedir perdón. Ese acento inocultable se devela en los momentitos desprolijos del ser siendo. Tu boca pare renacuajos húmedos como besos y amapolas. Opio. En esta acera todo chirría.
Los muebles esconden ojos y pestañas. Y mueren. Y ven que nada ha de volver. Y ven que los gusanos preparan el hoyo y la tierra. Y saben que la chimenea pita y el vagón se descarrila. Igual que ese ovillo de nardos que al desenredarse perfuma y amarillea el salón.
Nudo de acero y tiempo. Nudo de tiempo y algodón. Nudo de nausea y biografía.
Las ojotas rojas se salen de los dedos, te abandonan, te hamacan. El moño que te pusiste en el recuerdo hace que todo sea borroso. Incluso esa mecedora en la que podría sentarme a descansar. O a llorar. Con tus manos pesadas sobre el regazo de mi memoria. Y tu cantar en mi oreja.
Pero las violetas se hinchan como leones y sacuden su melena de polen. Y lloro. Y llago. Y entonces qué?

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