jueves, 1 de septiembre de 2011

La orquesta

Viene para quedarse, monta desde atrás, como un ejército bueno, imposible. Me acecha, merodea (me rodea?) mi cueva, la dejaré abierta para que entre y se siente. Miraremos desde la boca de la cueva al mundo, y nos reiremos. Con su percusión fina, exacta, daremos golpes de gracia, un poquito acá, allá, donde sean bienvenidos los vientos. Los violines nos harán bailar, y la cueva se transformará en el mejor escenario, en una excusa para no salir más. Daremos saltos elásticos, irrumpiendo en la monotonía del acontecer. Seremos.


Una voz de fondo nos guiará en do sostenido, variaciones de la misma poesía. Las cuerdas de nuestros brazos sostendrán la pantomima, y nos luego nos expondrán en una vitrina de objetos extraños.

Desde aquí se ve el halo que habita el mundo, doloroso. Un teclado agarrotado, impotente con sólo un abecedario. Una vieja marchita rebusca en las bolsas abandonadas. El tren ése que no llegará. La mar permanente. Una podredumbre antigua. Y pequeña, imperceptible, esa flor amarilla, fanática, empecinada.

Palabras que se repiten. El coro de instrumentos jugando, gritando, enloqueciendo por cortar la flor y regalármela.

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