jueves, 13 de septiembre de 2012

Carta


Querida mía, 
 
no ha caído en un corazón sin fondo nuestra última conversación, fruto de un bienvenido acercamiento tuyo. No dejo de pensar en lo que hemos conversado, y en lo que seguramente no. No dejo de agradecer que hemos conversado.  


Cuánta vida ha transcurrido desde finales del siglo pasado? Cuánto aprendizaje, cuánta caída, cuánta exploración, y no importa el "cuánto", importa eso: la exploración, el riesgo, el hurgarse las propias entrañas con ternura y también despiadadamente, excentrarse, perderse y volver a encontrarse con un brazo menos, una nariz demás, otra, pero heráclitamente una, la misma. Dónde estás vos ahora? 
 
A ver si me sale: otra vez el tema de lo genuino. Que vivas, que vivamos, que cada uno viva lo que sea que ha de vivir, siempre que, o no, no totalicemos, digamos mejor atentos a que, nos guíe una búsqueda genuina. Y con genuina quiero decir verdadera, íntima, propia, única, instransferible e inexplicable. Probablemente ni siquiera clara ni precisa para la propia conciencia pero nuestra, digo yoica, única propiedad. 

Todo lo sólido se desvanece en el aire, sentenció Marx, y de Berman a Bauman sabemos que así es hoy. Pero, pero, pero también hay solideces que permanecen, que no se horadan, que no cejan en el intento de continuidad, de identidad, de mismidad. Cuál es el hilo conductor de nuestras vidas? Cuál ese centro inexpugnable? Cuál nuestra sustancia definitoria? O diremos materia? Siento decir la trivialidad y la ignominia de lo que voy a decir, pero ya no tenemos 20, ni siquiera 30...qué hemos elegido? Somos libres? Somos veraces? Somos fieles a nosotras mismas? A qué fantasmas entregamos nuestro frágil yo? Me pregunto, te pregunto, nos pregunto.
A veces creo que más allá de la poesía, todo es cuestión de decisión y voluntad. Y como no estoy demasiado segura de nada, como no sea en ideas políticas, a veces creo que sólo la poesía nos salva y aquí nadie entiende nada y lo mejor es la lengua y sus posibilidades. 

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