sábado, 24 de marzo de 2012

Así funciona?


Qué es esto al final? Un baile de domingo multiplicado por mil. Decirse, aprenderse, desnudarse, deshacerse,  andar, pedir perdón, seguir, pedir ayuda, no salir indemne, creerse morir en el intento, desvanecerse, devenir autómata, clamar al cielo ser un tango y realizar por fin enteramente el dolor.
Y de repente un día, porque sí, el despertar, volverse a armar. De nuevo la gloria del olor a lluvia, el pan calentito, las gambas abiertas, los sueños compartidos, la quimera y el error del amor, el descentramiento. La búsqueda frenética de la recuperación, saltar de la calesita o dejarse adormecer por las vueltas y vueltas y vueltas de la vida. 

Cuando me decías.


Recuerdo cuando el sólo hecho de ver la grafía de tu nombre en mi computadora me sobresaltaba, me llenaba la sangre de un ritmo feliz. Me asomaba a tus palabras con intriga pero también con la certeza de saber que me iban a pronunciar deliciosas. Siempre empezabas con un saludo en otro idioma, todas las veces distintos, tantas lenguas puede haber. Era como darme los buenos días cada mañana en un rincón distinto de tu ser, despojarte de lo conocido para tomarme de la mano e invitarme a pasar. Entonces yo ya estaba ahí, instalada en la destilería de tu fraseo, siguiéndote atenta, como una niña en sus clases de solfeo. Y me decías que era muy temprano, justo antes del alba, que los pájaros empezaban a desperezarse en el pino del jardín, que cuando salieran volando iban a cruzar el océano para traerme una flor de nomeolvides. Cómo olvidarte? Cómo quitarme esta nostalgia de la adrenalina que me traían tus relatos? Cómo no querer que alguien, quien sea, me enuncie de esa manera? Podrías llamarte de cualquier modo, es lo que se esconde detrás del nombre de la persona que me dice qué. Y así no tener que escuchar este dolor silente, esta podredumbre que avanza.