lunes, 7 de octubre de 2013

El hijo.

Llegaste y revolucionaste todo chiquito. Cambiaste nuestro orden, nuestras rutinas y nuestras prioridades. Y lo hiciste sin violencia, sin conflicto, como si siempre las cosas hubieran sido de este modo.
Con tus modos hechos de llanto y gestos nos fuiste señalando el camino. Y te instalaste en casa como una presencia antigua.
Sí, tenés tu personalidad, tus gustos, tu caracter. Y nos lo hacés saber.




Y sos fundamentalmente amoroso, amable, amante. Te imponés con dulzura. Y no hay resistencia posible. Acatamos suavemente tus señales, nos acomodamos. Sos una presencia permanente y sin embargo no nos cansamos. Al contrario, cada vez ansiamos más de vos.
Bienvenido hijo.
Aquí estamos. Estos somos.
Enteros para vos, con nuestras fisuras, nuestras noblezas, íntegros y humanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario