miércoles, 6 de febrero de 2013

Inauguraciones


Hay algo mítico en las primeras veces. Me confieso devota de las inauguraciones. No por convicción ni por ideología, simplemente porque así me ocurre. O más bien me ha ocurrido a veces. Quiero decir, la primera vez que me comí un pancho no me pasó nada, lo mismo que la primera vez que crucé la 9 de julio sin tener que parar por los semáforos (sí, se puede) o la primera vez que hice cincuenta abdominales en la clase de gimnasia del colegio. Sin embargo, hubo otras inauguraciones que se arrebujaron incontenibles en mí. 
En el verano que separa el fin de la escuela primaria del inicio de la secundaria, una de las grandes escisiones de la vida, ví la película “Cuenta conmigo” (Stand by me). Habíamos ido al cine con una amiga, tal vez la primera ida al cine sin padres, pero miren, si fue así, no es esa inauguración la que recuerdo. Lo que pasó en esa sala de cine fue una novedad de otro orden. Al final de la peli, la voz en off del narrador declara: Nunca tuve amigos como los de los 13 años. Yo tenía 13 años, y quise que a mí me pasara lo mismo! No quería hacerme nuevos amigos!! No los necesitaba, no iban a ser como los que ya tenía, no iban a entender nada. Se me hizo un nudo estrangulante en la garganta y supe que eso era la vida, pura nostalgia.
A mis 15 años, una tarde de calor agobiante, el chico que me gustaba me invitó a tomar un helado. Y me dijo que yo le gustaba. Cómo podía ser que estuviera pasando eso?! Algo estalló en mí, algo, que casi no cabía en mí salió en forma de risa, de incredulidad, de expansión; como si toda yo fuera una trompeta. Nunca, ninguna otra declaración de amor trajo consigo tanto entusiasmo.
En mi primer año de universidad, un compañero me pasó El perseguidor, ese fabuloso cuento o novela corta de Cortázar, y mi vida fue otra para siempre. Más que el cuento en sí, me dio a Cortázar, ese apalabrador, ese Deus ex machina  de un mundo otro, tan posible como este de barro y cemento que estamos condenados a pisar. Recuerdo zambullirme en la lectura como quien se precipita río abajo con la certeza de que los remos darán aventura y riesgo, pero también la confianza infinita de llegar a buen puerto. En Cortázar encontré por primera vez en un escritor esa voz mía que no sabe enunciarse pero que se reconoce apenas se lee. Después vendrían otros, pero oh hallazgo esa primera vez!
Con los años merman esas inauguraciones, precisamente por eso  se siguen revelando tan mágicas cuando suceden.