
Manchas y hendiduras salpican la tela, deshaciéndola de a poco, como termitas lentas que saben que han de finalizar su labor, pero la estiran sólo por la pereza de no tener que salir a buscar otro pedazo de podredumbre para sobrevivir.
Pequeños agujeros delatan el destino de recuerdo del telón. Por los huequitos se van colando la luz y el polvillo de la atmósfera, desintegrándolo con claridad.
Manos arcaicas han tendido ese telón de fondo, reafirmado por jóvenes generaciones, adoradoras de la nostalgia y del ayer. Sobrevendrán sin embargo almas sedientas de más y más luz y se encargarán frenéticamente de descorrer el telón. Entonces, la misma obra de siempre recomenzará: un hombre, una mujer, el niño que han engendrado reconoce el mundo, lo que poquito del mundo que el pesado telón le deje ver.
Y el titiritero tendrá trabajo, siempre.
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