Azul se pone los pantalones
nuevos, la remera de siempre, las sandalias chatas y va a la cocina.

Se está por acabar la yerba,
habrá que anotarlo en la lista que cuelga de la heladera, pero hay todavía para
unos días más, dos o tres pavas por día.
Qué raro que Dolores aún no se
despierte. Piensa que le gusta cuando es así, esos días en los que la niña se
escurre plácida en el sueño y le regala el milagro de acercarse a la cuna con
el mate, gusto a yerba en la boca, la cara aún sin lavar, remolona. Verla
dormir. Estar con su cabeza perfectamente redonda volteada hacia un lado su
mano cerrada en un puño blando, la hilera de sus pestañas desvistiendo la
mentira del mundo.
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