martes, 14 de agosto de 2012

La niña


Corre la niña precipitada a los brazos de su padre. Estira sus manos regordetas y sabe que será alzada al cielo, y ahí volará, feliz, acogida por ese pecho amoroso, protegida, segura. Los brazos fuertes de su padre la sostienen, le enseñan el camino, le muestran donde andar. Allá arriba el mundo es distinto. Las caras de la gente quedan a su misma altura, ya no está abajo, sola, a la deriva en un mundo que no está hecho a su medida.
Su padre la ayuda a encontrar su rincón en el mundo, la hace bailar con los ángeles, volar por los aires como un barrilete, reir hasta la fatiga, ser feliz.
El estómago estalla de gozo, una zozobra dulce le recorre las venas.  Valeria es feliz con su padre, jugando a que el mundo es abarcable,  que está bien dónde y cómo está.  Le gusta montarse a los pies de su padre y caminar borracha, a grandes zancadas, como descuartizándose. O tomarse los dos de la mano y salir corriendo, rápido, más rápido, hasta volar, huyendo de las tareas de la escuela, el hermanito que cuidar, la obsesión por la limpieza de la madre, la cara vieja y fea de la directora del jardín, el mundo y su perpetuo malestar. 

Todos. Y yo.

  
.

     Todos miramos hacia afuera al mismo tiempo. El viento y la lluvia terminaron por arrancar una ventana del edificio de enfrente, la del balcón de los geranios rojos. 
      Sabíamos que iba a pasar. No es nada, no tiene importancia, siempre es así con las tormentas de agosto.  
      Como con todas las pérdidas.
  
 2. 
      Vamos todos caminando en un espacio abierto, verde pero rocoso al mismo tiempo, hace algo de calor. Alguien dice que van a instalar una estación en el parque. 
-          Para ir al espacio?, pregunto admirada.
Sonriendo me dice que sí. Cuando puedo me acerco a él.
-          No hagas tanto, me dice.
Me ofendo, como si rechazara mi beso.
-          Hago lo que siento
      Pero él me explica que no quiere que me exponga, ya sabemos, Estambul, en estos días.